Hoy nos trasladamos hasta Guadalajara, quizás una de las provincias más olvidadas de España, para conocer un destino que nos cautivó desde el primer momento. Conocida por una escultura única, Sigüenza tiene mucho más que ofrecer al visitante. ¿Quieres conocerlo?
¿Dónde está Sigüenza?
Sigüenza está localizada en la provincia de Guadalajara, dentro de Castilla la Mancha. La ciudad se sitúa a medio camino entre Madrid y Zaragoza, lo que la convierte en un destino ideal para una escapada de fin de semana desde ambas ciudades.
Muy cerca de aquí encontramos lugares tan conocidos y visitados como Medinaceli, (a apenas 40 km, famosa por su arco Romano) o Berlanga de Duero (a 60 km, que cuenta también con un imponente castillo que bien vale una visita).
Si ampliamos el margen a un máximo de 150 km encontramos otras poblaciones que ya hemos visitado anteriormente, como pueden ser Pedraza o Buitrago de Lozoya, y otras que todavía tenemos en nuestra lista de destinos pendientes, como Ayllón, Sepúlveda o Aranda de Duero (¡esperamos poder hablaros pronto de ellos!).
En resumen, nos encontramos en un lugar tradicionalmente fronterizo, lo que (como ya sabrás) siempre ha conllevado mucho movimiento.
Un poco de historia…
Los restos arqueológicos señalan un primer asentamiento celtíbero muy cerca de la ciudad actual, en una de sus pedanías. Tras ellos llegaron los romanos, los visigodos (que la convirtieron en sede episcopal) y, como no, los musulmanes (que cedieron el centro de poder a la cercana Medinaceli).
Su posición, estratégicamente emplazada entre los valles del Jalón y del Henares, hizo que Sigüenza fuera escenario de numerosas incursiones cristianas y batallas para reconquistarla. En este caso, el héroe de la reconquista fue Don Bernardo de Agen, un monje-guerrero nombrado obispo de Sigüenza años pocos años antes de la ofensiva definitiva. Tan pronto como hubo recuperado la ciudad, Don Bernardo mandó iniciar las obras de una catedral a la altura de este lugar, ya constituido Señorío Episcopal.
Durante siglos, el Obispo de Sigüenza ostentaría de forma conjunta el poder religioso, político, administrativo y judicial de sus territorios. Tendría que llegar el reinado de Carlos III para que Sigüenza perdiera este privilegio. En el año 1796, en pleno proceso de centralización del estado promovido por la corona, el obispo Juan Díaz de la Guerra renunció a este señorío a favor del Rey, poniendo fin a la época de mayor esplendor de la ciudad.
¿Qué ver en Sigüenza en dos días?
A pesar de no ser una ciudad de gran tamaño, su gran patrimonio histórico y artístico hace muy recomendable que te alojes al menos una noche en ella. Por experiencia te aseguramos que es la única manera de poder disfrutar de sus tesoros con tranquilidad.
Castillo de Sigüenza
Cuando visitamos Sigüenza tuvimos la suerte de poder alojarnos en su Parador de Turismo, situado en el Castillo de la ciudad. Por ello, este será el punto de partida de nuestra visita y el primer lugar que te animamos a conocer. Si puedes, te recomendamos alojarte aquí ya que es la única manera de recorrer sus pasillos y conocer algunas de sus estancias más íntimas. Pero si no es posible, te recomendamos que te acerques a visitar al menos la zona abierta al público general, ya que bien vale la pena.
Lo primero que debes saber acerca del Castillo de Sigüenza es que aquí no encontrarás el hogar de ningún rey ni de ninguna princesa. ¿Imaginas quién pudo vivir aquí? ¿Difícil, verdad? Fue la residencia del Obispo, máxima autoridad de la ciudad.
Los hallazgos arqueológicos nos han permitido saber que aquí se situó la alcazaba musulmana (construida en el siglo VIII). Tras la conquista por parte del Reino de Castilla, se erigió aquí el que se convertiría en el palacio-fortaleza que vemos en la actualidad.
No tengas miedo de atravesar la antemuralla que da acceso a la puerta principal y recorre la actual recepción del Parador sin prisas. Estos muros han sido testigos de numerosos asaltos y ataques a lo largo de su historia, por lo que no debes extrañarte si te decimos que lo que vemos ahora mismo es el resultado de varias reconstrucciones y una gran restauración llevada a cabo en la década de los 70 expresamente para convertirlo en hotel. Presta atención a los escudos de armas de los distintos obispos que han residido entre estos muros. Sin darte cuenta, llegarás hasta su bellísimo patio interior, rincón estrella de la visita al castillo.
Si eres de los afortunados que se alojan entre estos muros, te animamos a recorrer cada pasillo del castillo. ¡Encontrarás más de un tesoro! Aunque, sin duda alguna, los más destacables son el imponente salón de la chimenea (escenario de varias series y películas, lo atravesarás seguro para llegar hasta el imponente salón donde se sirve el desayuno), los salones que sirven a la cafetería / restaurante del hotel y, por supuesto, su bella capilla de estilo románico cisterciense. Por desgracia, es habitual encontrar algunas de las estancias utilizadas para eventos cerradas. Seguramente las más remarcables son las relacionadas con Doña Blanca de Borbón y su fantasma. ¿Quieres conocer su historia?
El fantasma del Castillo de Sigüenza
Las historias de fantasmas son un clásico en los Paradores repartidos a lo largo y ancho de la geografía española. Y, por supuesto, Sigüenza no iba a ser una excepción. Al principio te decíamos que este castillo no había sido el hogar de ningún rey ni ninguna princesa, aunque sí su residencia. Ven con nosotros al Siglo XIV y déjanos presentarte a Doña Blanca, una bellísima joven de piel blanca y cabello rubio. Su tío, Juan II de Francia, tomó (influenciado en parte por el mismísimo Papa) la decisión de prometerla con Pedro I de Castilla (el que luego sería conocido como Pedro El Cruel). Con semejante apodo, ya puedes imaginar que la historia no pinta muy bien para nuestra querida Blanca…
Pero déjanos que te presentemos brevemente a Pedro. Hijo de Alfonso XI de Castilla y María de Portugal, se crió lejos de la corte debido a que su padre no convivía con su esposa, sino con su amante y madre de sus diez medio hermanos. Siendo muy joven lo prometieron con Juana, hija de Eduardo III de Inglaterra, pero nunca llegó a casarse por dos grandes motivos. Por un lado, Inglaterra no podía hacer frente a la dote de Juana. Por otro, ésta falleció cuando se dirigía a Castilla para sellar su matrimonio.
Apenas cuatro años después de este suceso, se firmó el compromiso con Blanca de Borbón. Pero la situación de Pedro era muy diferente. Por un lado, llevaba dos años en el trono. Dos años llenos de complicaciones y batallas con sus medio hermanos. Por otro lado, tenía un romance con María de Padilla, una noble castellana con la que tendría una hija apenas dos meses antes del enlace. Como puedes imaginar, una boda no entraba entre sus planes en ese momento. Pero la corona requiere sacrificios, y si quería reforzar su posición necesitaba un heredero legítimo. Blanca, por su parte, tampoco deseaba celebrar este matrimonio, pero también tuvo que aceptar este destino.
Los festejos que acompañaban la boda crearon un ambiente de alegría y paz en el reino. Los hermanos del rey tuvieron un puesto destacado en ellos, lo que les llevó a una breve reconciliación. Pero solo tres días después de la boda el rey tomó una decisión que nadie esperaba: repudiar a su recién estrenada mujer (con la que, según se dice, todavía no había consumado). Aunque no se sabe bien cuál fue el desencadenante (se cree que enterarse de que la corte francesa no podía afrontar la dote), las crónicas de la época cuentan que Pedro I partió inmediatamente a reunirse con su amada María, abandonado a la pobre Blanca.
Más allá de los problemas políticos desencadenados por esta situación, que llevaron a una guerra civil en Castilla, Blanca quedó en una situación muy comprometida. Después de pasar por Media Sidonia, Arévalo y Toledo, la reina fue confinada en el Castillo Episcopal de Sigüenza para evitar que sirviera de apoyo a los nobles que querían quitar el trono a su esposo. Cuatro largos años pasó encerrada entre estos muros, recluida en una pequeña celda que todavía hoy podemos visitar, apenas amueblada con una silla y un escritorio. Después, el Rey la mandó trasladar al Alcázar de Jerez de la Frontera (o Medina Sidonia, según la fuente que consultemos), donde sería asesinada. Según narra la leyenda, el fantasma de Doña Blanca volvería al Castillo de Sigüenza, donde todavía permanece a día de hoy.
Pedro I el Cruel, por su parte, realizó los trámites necesarios para anular su matrimonio y contraer nuevas nupcias con Juana de Castro. El resto de su vida se puede resumir en revueltas, batallas y guerras que le llevaron a la muerte de manos de su hermano Enrique de Trastámara, primer rey de Castilla perteneciente a la rama de la que nacería Isabel la Católica.
Iglesia de Santiago
Dejamos atrás el imponente Castillo de Sigüenza y empezamos a caminar por la Calle Mayor. A pocos pasos encontramos la Iglesia de Santiago, un templo románico del Siglo XII perfectamente integrado en la trama urbana de la ciudad. De hecho, tendrás que andar con los ojos bien abiertos para no pasártela, ya que se encuentra encastrada entre dos edificios de piedra que no permiten vislumbrar más que su fachada principal.
En su portada románica encontramos un medallón que representa al apóstol Santiago y, coronando las siete arquivoltas de ésta, el escudo de armas de Fadrique de Portugal, Obispo de Sigüenza conocido por su estrecha relación con los Reyes Católicos y por su apoyo a Juana I de Castilla y a su hijo Carlos. Ambos elementos decorativos, renacentistas, fueron añadidos posteriormente. El interior se caracteriza por estar formado por una única nave rectangular dividida en seis tramos, coronada por una bóveda de crucería policromada.
Pero la Iglesia de Santiago es más que una simple iglesia románica. Desde hace años está en proceso de restauración, ya que durante la Guerra Civil Española sufrió graves daños. Durante las obras, además de varios elementos decorativos que se encontraban ocultos, han aparecido los que podrían ser los restos arqueológicos más antiguos de Sigüenza. También acoge una pequeña exposición sobre el románico, con la intención de convertirse en el futuro en Centro de Interpretación del Románico de la provincia.
Plaza Mayor de Sigüenza
Sin darnos cuenta llegamos hasta la Plaza Mayor, un espacio creado en el Siglo XV cuando el Cardenal Mendoza decide derribar un lienzo de muralla para crear un espacio adecuado donde acoger espectáculos y el mercado semanal. Te recomendamos parar brevemente en alguna de sus terrazas para recargar pilas mientras admiras la belleza de este espacio. No en vano, se considera una de las más bonitas de Castilla e, incluso, de toda España. Presta atención a su galería porticada, así como a los edificios que rodean la plaza (algunos de ellos adornados con blasones de las familias más importantes de la población).
¿Quieres saber una curiosidad? Cuentan las malas lenguas que unos americanos quedaron tan prendados de la belleza de este lugar que quisieron comprarla para llevársela, piedra a piedra, hasta su país. Aunque no sabemos si es cierto, sí que agradecemos que la venta no tuviera lugar y que podamos disfrutar de la Plaza Mayor en su emplazamiento original.
Su mayor joya: La Catedral de Sigüenza
Y, como no podía ser de otra manera, nuestra visita por fin nos lleva a uno de los rincones más importantes de Sigüenza: su catedral. Si eres amante de la historia y el arte como nosotros, te aconsejamos reservar toda una mañana o una tarde para visitarla tranquilamente y empaparte de toda su historia. Te aseguramos que la entrada (que incluye la entrada al Museo Diocesano) bien vale la pena.
La verdad es que podríamos dedicar un post entero a hablar en exclusiva de este templo, pero vamos a intentar resumirlo para no extendernos demasiado. ¿Empezamos?
Los orígenes de la Catedral de Sigüenza se los debemos, como ya hemos adelantado, al primer obispo de la ciudad: Don Bernardo de Agén. De esta época datan las portadas meridionales y occidentales, de claro estilo románico (aunque con alguna añadidura posterior de estilo neoclásico y barroco). Comencemos por la fachada occidental, acceso principal al templo…
Portada occidental
A medida que te aproximes a ella descubrirás, no sin sorpresa, que la portada central (más grande que las laterales) no cuenta con ninguna ornamentación en sus arquivoltas, lo que contrasta con los numerosos motivos vegetales y geométricos que recubren las laterales. Sobre ella encontramos un añadido posterior que representa, dentro de un medallón renacentista, la aparición de la Santísima Virgen a San Ildefonso. Sobre ambos, y sin el espacio que debería separar ambos elementos para lograr un resultado estéticamente armónico, un rosetón gótico de doce radios (símbolo de los apóstoles) permite la entrada de luz a la nave central del templo.
La misma función ejercían las dos ventanas con arcos de medio punto (claramente románicas, nuevamente) que se sitúan sobre las portadas laterales. Ya en el Siglo XIV se complementaron con arcos ojivales que dotaron a esta fachada de un aspecto más moderno (para el gusto de la época, por supuesto) y que permitía reforzar los muros del templo.
Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de las dos grandes torres de planta cuadrada que se alzan a ambos lados de esta portada, dotándola de un aspecto imponente y recio. Coronándolas encontramos unas almenas rematadas con gruesas bolas y grandes troneras de arcos de medio punto.
El interior de la Catedral
Nada más atravesar la puerta ya nos damos cuenta del gran tamaño de este templo, así como de la gran cantidad de capillas que lo componen. Nos encontramos en una catedral cisterciense, de la época de transición del románico al gótico. Las bóvedas desnudas nos muestran su belleza sin necesidad de ningún elemento decorativo adicional. Sus naves laterales mantienen las características típicas del románico en sus ventanas, mientras que las situadas en la nave central (donde encontramos, entre otros elementos, un precioso coro de madera ricamente tallada) ya muestran la evolución al estilo gótico.
Pero no entremos en tantos detalles o no acabaremos nunca… Sin duda alguna, podríamos definir el interior de la catedral en solo dos palabras: sobriedad (en su estructura, aunque no tanto en sus altares) y fortaleza (tal y como muestran sus gruesas columnas). Te invitamos a recorrer con calma cada rincón de la catedral. Nosotros te acompañaremos únicamente a los lugares más destacados.
La Capilla del Doncel
Es imposible hablar de Sigüenza y no mencionar a Martín Vázquez de Arce, su famoso Doncel. Para conocerlo deberás dirigirte a la capilla donde yace toda su familia. No tengas miedo a atravesar la elaborada reja que la separa del resto del templo, rematada con un frontón que representa la Adoración de los Reyes Magos. No dejes que el Doncel te atrape y recorre con calma cada uno de los sepulcros. Para nosotros, uno de los más bellos es el dedicado a Fernando de Arce (hermano del famoso Doncel y Obispo que mandó construir este lugar para el descanso eterno de sus seres queridos), ricamente decorada con finos detalles. Pero es imposible no dirigir la mirada a ese joven lleno de vida, recostado mientras disfruta de su lectura. Y es justo este detalle el que ha convertido este sepulcro en todo un símbolo de la ciudad. ¿Por qué no se muestra como el resto de personajes, yacente o en posición orante, sino que se muestra realizando una actividad tan cotidiana como esta? ¡Conozcamos su historia!
Martín Vázquez de Arce, caballero de la Orden de Santiago muy vinculado a la Familia Mendoza (de la que ya te hablamos al visitar Buitrago de Lozoya), murió con apenas 25 años, combatiendo en la Guerra de Granada. Según se cuenta, poco antes de su último suspiro, el joven caballero fue consciente del error que había cometido al dejar de lado los estudios para entregarse a las armas. Ya moribundo, mientras se despedía de su padre, le indicó que rogara a su hermano Fernando que aprendiera de sus errores y complaciera a su madre estudiando. Además, les pidió que su sepultura mostrara su imagen con un libro entre manos, algo doblemente innovador, ya que hasta ese momento los libros sólo aparecían en los sepulcros pertenecientes a personajes relacionados con la iglesia y nunca en manos de un laico.
Sacristía de las Cabezas
Llegamos al que posiblemente sea uno de los lugares más curiosos y sorprendentes de la Catedral de Sigüenza: su sacristía. Prepárate para levantar la mirada al techo y mantenerla allí un buen rato, admirando la que posiblemente sea una de las obras más importantes del Renacimiento Español. Observa detenidamente la bóveda encañonada ricamente decorada con centenares de casetones. Presta atención a todos los rostros que te observan desde las alturas y trata de buscar dos cabezas iguales. ¡Te aseguramos que no las encontrarás!
Altar de Santa Librada
Nuestro recorrido por la Catedral de Sigüenza nos lleva irremediablemente hasta el que probablemente sea uno de los rincones más sorprendentes: el Altar de Santa Librada, antigua patrona de la ciudad. Toma asiento y disfruta con tranquilidad de la que es, sin duda alguna, una de las mejores obras del arte plateresco (un estilo genuinamente español que mezcla elementos góticos, mudéjares y renacentistas).
Pero antes de empezar a recorrerlo te contaremos rápidamente a quién esta dedicada esta capilla. Santa Librada fue una de las nueve hijas de un gobernador romano repudiadas por su madre nada más nacer (sí, nacieron las nueve juntas según cuenta la leyenda) y entregadas a una esclava cristiana que las cuidó y las educó en la fe. Para ella y sus ocho hermanas (también consideradas santas y representadas a los lados de las hornacinas centrales de este altar) el matrimonio cristiano era un asunto mayor, por lo que cuando su padre biológico quiso casar a Librada con el rey moro de Sicilia, ésta no pudo evitar hacer voto de castidad e implorar a Dios que la convirtiera en un ser repulsivo para que el rey no quisiera tomarla como esposa. Su deseo fue concedido, y a medida que rezaba perdía el pelo, le crecía vello y se volvía más y más horrible. Su prometido, al verla, no pudo más que romper el acuerdo de matrimonio. Su padre enfureció tanto que la mandó crucificar, lo que llevó a convertirla en la única (o una de las pocas) mujeres vírgenes crucificadas.
Esta obra del Siglo XVI se compone de varios cuerpos ricamente ornamentados. El cuerpo central aloja, en su parte central, una gran hornacina con arco de medio punto donde encontramos un precioso retablo que ilustra diversos momentos de la vida de Santa Librada. A sus pies, en el friso de dicho retablo, encontramos escenas mitológicas que recuerdan el triunfo del bien sobre el mal (en este caso, con representaciones de los trabajos de Hércules). Aunque parezca sorprendente ver estos elementos mitológicos en el altar de un templo cristiano, la vida de Hércules aparece repetidas veces en obras platerescas españolas.
A ambos lados de esta hornacina encontramos dos grandes escudos de D. Fadrique de Portugal, cuyo mausoleo encontramos a la derecha de este altar formando un ángulo con éste; y sobre ella los restos mortales de la Santa (traídos hasta aquí en el Siglo XII por D. Bernardo de Agén). Aquí se veneran las reliquias de la santa, contenidas en una arqueta de plata repujada del Siglo XIV. Coronando todos estos elementos encontramos un frontón que muestra la Anunciación de la Virgen.
Mausoleo de D. Fadrique de Portugal
Junto a él encontramos el Mausoleo de D. Fadrique de Portugal, político y religioso benedictino muy vinculado con los Reyes Católicos y uno de los grandes defensores de Juana I de Castilla. Durante 20 años fue también Obispo de Sigüenza, mandando construir el Altar de Santa Librada y pidiendo que sus restos mortales fueran trasladados aquí llegado el momento.
Aquí encontramos nuevamente el escudo de este religioso (no debemos olvidar que pertenecía a las casas reales de Portugal y Castilla). A ambos lados encontramos, dentro de sendas hornacinas, tallas de San Francisco y San Andrés. Sobre estas imágenes, y separadas por un friso, encontramos un nicho central en el que vemos representado a D. Fadrique arrodillado ante un reclinatorio. A su lado, dos hombres le acompañan en su oración. Nuevamente encontramos a ambos lados dos hornacinas que albergan las tallas de dos santos (en esta ocasión, San Pedro y San Pablo).
Un friso decorado con querubines separa este cuerpo del remate superior del retablo: una talla de la Piedad acompañada por escudos de Portugal a ambos lados y un Cristo crucificado sobre todos ellos.
Claustro de la Catedral de Sigüenza
Después de una visita tan intensa al interior de la Catedral, seguro que estás deseando tomar un poco de aire fresco, ¿verdad? ¡El claustro es el lugar perfecto para ello! Pasea por este lugar de estilo gótico tardío (de finales del Siglo XV), disfrutando de la sencillez de su bóveda de crucería y sus ventanales ojivales. Déjate llevar hasta el jardín, dándole al bello aljibe renacentista la importancia que merece. No en vano, fue el encargado de surtir de agua potable a este lugar (donde acudían religiosos pero también vecinos de Sigüenza).
Descubre las capillas que se abren a este espacio abierto, siendo quizás la más interesante la Capilla de la Concepción. Este oratorio, de estilo gótico flamígero, es especialmente conocido por sus pinturas murales (desgraciadamente descoloridas por el paso del tiempo. También por la bellísima Anunciación de El Greco, expuesta en un lugar privilegiado de la misma.
Sus calles y plazas
Después de recorrer un espacio tan lleno de historia y arte como la catedral, seguramente tendrás ganas de despejarte un poco y sentarte a descansar. Busca algunas de sus plazas para tomarte un café (o lo que te apetezca) y reponer fuerzas. Además de la Plaza Mayor, hay otros rincones llenos de belleza que te ayudarán a cumplir este deseo. Por ejemplo, la Plazuela de la Cárcel es un lugar perfecto para tomar algo mientras disfrutas de sus bellos pórticos.
Una vez te recuperes, déjate llevar y recorre las calles del casco antiguo sin rumbo. Descubrirás algunos monumentos poco conocidos como la Puerta del Hierro, la Puerta del Sol o la Torre del Peso, testigos de una Sigüenza amurallada.
Casa del Doncel
¿Todavía tienes ganas de seguir conociendo esta bellísima ciudad? ¡No te pierdas la casa de su personaje más famoso! Durante sus años de vida, Martín Vázquez de Arce residió junto a su familia en esta vivienda de la Calle Arcedianos, donde la historia ha querido (como suele hacer) mezclar de forma caprichosa diferentes épocas, estilos y creencias.
Si visitas este edificio gótico, con un aspecto exterior que nos recuerda a una casa-torre, presta atención al arco mudéjar policromado que salió a la luz en una reciente restauración (durante años estuvo oculto, ¿lo vería nuestro querido doncel? ¿lo taparía su familia? ….). Alza la vista al techo para disfrutar de las bellas cenefas que lo decoran, presta atención a las interesantes exposiciones que suelen albergar estos muros…
La Alameda
Si te apetece respirar un poco de aire puro, te recomendamos dirigirte a La Alameda, el principal parque urbano de Sigüenza (con algo más de dos siglos de historia). Sin duda, se trata del lugar de encuentro favorito de los seguntinos. Un espacio lineal y sencillo de estilo neoclásico en continua evolución (de hecho, nosotros lo encontramos en obras al visitar la ciudad).
Santa María de los Huertos
Y por último, aunque no por ello menos importante, te invitamos a visitar Santa María de los Huertos, situada junto a La Alameda, un convento todavía habitado por monjas Clarisas.
Este conjunto, de estilo gótico-renacentista, se caracteriza por su robusto aspecto exterior. Muros de sillería con estrechos ventanales, recios contrafuertes coronados por flameros, gárgolas adornando sus muros… Si atraviesas sus muros, recuerda hacerlo en silencio para no interrumpir la oración de esta comunidad religiosa. Su interior, aunque sencillo a primera vista, esconde una gran belleza en cada capilla y en su bóveda de crucería.
¡Por cierto! No olvides acercarte al torno del convento para llevarte de recuerdo unas exquisitas trufas de chocolate, la especialidad de las monjas Clarisas seguntinas. ¡Te aseguramos que están riquísimas!